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jueves, 9 de diciembre de 2010

Barcelona “revisited”. Picasso, Pedrera, mis lágrimas.. y Fox.


Vuelo desde Madrid a México, a unas cuantas horas de llegar a mi país, suceso que anteriormente me llenaba de emoción pero que como en todo este año, aún me causa una sensación de llegar a una tierra que no siento firme ante mis pies. La oscuridad del avión en un vuelo trasatlántico, el bar del avión, y la música que durante años he acumulado, me acompañan en este regreso, que de suyo es ya especial, pues para bien o para mal, el expresidente por el que voté y que ridiculizó México durante 6 años, está sentado 3 asientos a mi derecha con su esposa que también ha sido una caricatura. Lo cierto es que es innegable que serán, lamentablemente un ícono más de mí país.

Todo este ambiente es propicio para que nuevamente escriba, y hay algo que tengo en mi cabeza desde que estuve en Barcelona hace una semana. Mi viaje a Europa en esta ocasión, fue totalmente sin motivo adicional que acompañar a un amigo que además me pidió organizar su viaje. Visitamos de manera breve e intensa las ciudades de Madrid, Barcelona, Lisboa, Roma, Florencia y Venecia. Por supuesto que cuando la ignorancia o la indolencia van ganando en el juego del maratón, yo opto siempre por tomar el mundo a mi aire, recorrer y sentir el aire en mi rostro, el cansancio en mis pies, y que mi mente trabaje por si sola… Además, yo siempre dejo algo en cada ciudad, para después. No acabo de conocerla jamás, no agoto su oferta y dejo que se renueven las emociones para poder hacer de nuevo algo que ya haya vivido anteriormente. Así, llegué al museo de Picasso, que en muchas ocasiones había pospuesto para un mejor momento, y éste me pareció perfecto. Así que de entrada fue una sorpresa que junto al barrio gótico y en un edificio espectacular, estaba Picasso, esperando a ser descubierto en esa ciudad. Mi viaje emocional comenzó ahí, porque Picasso no era precisamente un artista al que yo tuviera mucho apego, pero hace ya muchos años que ha ganado mi aprecio y que me ha interesado su obra, tal vez no como un aficionado férreo al arte, pero sí como una persona con sentimientos artísticos latentes. En ese momento, caminando entre sus pinturas, leyendo sus hazañas, aprendiendo nuevas cosas, leí algo que me dejó maravillado.

Justo antes de iniciar su llamado “periodo azul”, que tiene como origen o fundamento, trasmitir un velo de tristeza, melancolía o dolor en la pintura, Picasso se reunía en París con Diaghilev, del Ballet Ruso, a través de quien conoció a una de sus esposas.

Justo la noche anterior a mi visita al museo, yo leía en una cafetería de la calle de Consell de Cent, mi libro “Rimbaud” que hablaba justamente de Diaghilev y Nijinski, y de la importante producción que se daba entre dos personas del mismo sexo y/o de la producción que ocurría a raíz del dolor . Yo quedé fascinado, eran lo que considero “señales”, porque entre muchos otros personajes, Picasso conoció no solo a Diaghilev y otros pintores importantes de la época sino también a Rimbaud y a Verlaine. Lo que me maravilla de repente, en momentos de abstracción, es que imagino a personajes tan importantes culturalmente hablando, juntos, reunidos la mayoría de ellos en una misma época, en un mismo tiempo, en un mismo espacio, en un mismo bar, compartiendo una misma bebida y una misma plática. De repente me resulta difícil imaginar la carga de emociones y de intelecto que eso debía producir, y la presión que en ellos mismos debía de provocar. Definitivamente un espíritu de búsqueda, de aprendizaje y de competencia tendría que resultar de rodearse de los artistas (del rubro que sea) del momento. Sin saber ellos mismos que dejarían durante muchos años un espacio en el mundo, que aunque sigue teniendo artistas, son artistas nuevos, que a sus espaldas cargan también la fuerza de aquellos grandes que ya no están presentes más que en sus obras. Esto debe ser una presión para nuestros nuevos pintores, escritores y escultores. Son notas al vuelo, pero que imagino y que además es evidente, lamentable o afortunadamente. Pero lo cierto es también que en su mayoría, los artistas de aquel periodo cercano a Picasso, a Rimbaud, a Manet, a Genet… han sido forjados con otras presiones sociales y económicas, tal vez algo también eso tenga algo que ver. Pues nuevamente el drama, el dolor, el sufrimiento, parecen ser la cuna de productos excepcionales.

Con estas y otras ideas, camino por Barcelona para luego ir también por primera vez a “La Pedrera”, ese edificio de departamentos que también contribuye a hacer visualmente importante el Passeig de Gracia. Lo había visitado por fuera y es de esos “cuadritos” que guardo para después, imaginé que era el momento, y aunque solo estaría abierto a visitas durante una hora más, decidí entrar. El atardecer ayudó mucho a que yo tuviera un latigazo de emoción en cuanto salí a la azotea del edificio y de un solo golpe tuviera ante mis ojos un panorama espectacular de la ciudad, iluminado con tonos naranja oscuros mezclados con azul, y flanqueados en todos los ángulos por esas chimeneas con formas que se antojan caras de guardianes que miran con desprecio a los visitantes que no cesan de fotografiarlos. Ahí desde lo alto, caminaba subiendo y bajando escaleras para recorrer todo el techo del edificio, miraba en todas las direcciones, encontrando cada momento una vista distinta, un tono más interesante, o un rostro más macabro en las chimeneas. Me detuve unos minutos, todos los que pude para poder aprehender la magia del momento, los colores, el paisaje, la emoción y el tiempo transcurrido y los años vividos por ese edificio… Mientras asimilaba todo, me llenaba también de emoción, la emoción que a veces siento de poder estar ahí, y mirar y sentir y de saber que regresaré, la emoción de poder apreciar de cerca en un solo día, tantas maravillas. Y aquí llegó un momento de sensibilidad importante, resulta que desde muy pequeño he querido conocer el mundo, recorrer las ciudades, visitar y ver el arte que hay en todo el planeta, y conocer gente de todas las nacionalidades…, desde pequeño aún recuerdo que la casa de mis abuelos, en donde pasaba felizmente mis vacaciones escolares, era como un refugio en el que encontraba libros que yo veía entusiasmado, y que para mí eran joyas que atesoraba y que sin que los adultos a mi alrededor lo notaran, tomaba especialmente los libros de mi abuelo y los miraba durante horas, recuerdo que había una colección de los museos con las colecciones de pintura más importantes del mundo, y dedicaba un tomo a cada uno: Museo del Prado, Museo de Louvre, Museo Hermitage y National Gallery, además tenía mi abuelo un libro de fotografías de Leningrado que me gustaba ver por las mañanas al despertar, y veía cosas hermosas, interesantes, veía una ciudad intrigante de la que quería saber más. En algún momento supongo que notaron ese interés en mí y mi abuelo no tardó en regalarme una colección de muchos tomos de Historia Universal, era una colección de libros pequeños que me emocionó porque me parecía que tenía el mundo en mis manos. Años más tarde visitaría cada uno de aquellos museos, visitaría también el antiguo Leningrado (ahora San Petersburgo), pero nunca había reparado que fue ahí, en esa casa, y que junto con mi evidente interés, y la guía velada de mi abuelo, es que fue forjándose en mí ese gusto por recorrer el mundo. En Septiembre del 2010 visité a mi abuelo, lo ví, le dí un beso, platiqué con él, y luego estuvo en el hospital, también lo ví y me preguntó si lo visitaría después. Prometí ir al día siguiente, pero ya no lo encontré. Mi abuelo falleció a los 103 años, lúcido, sano y rodeado de toda su familia. Desde la pedrera con la emoción de su recuerdo y de las cosas que antes no pude ver de él, no lo suficiente para haber dicho “Gracias”, se me salieron inevitablemente las lágrimas, y dije “Gracias”, así como ahora dedico ésta pequeña entrada a él.

Y entonces recordé también que hay un placer en la vida que debemos apreciar, el placer de poder paulatinamente cambiar la opinión sobre algo o alguien, el placer de reconocer un error, porque eso implica un conocimiento mejor de aquello que de inicio se desprecia. Algo así me pasó con Barcelona, una ciudad que hace 14 años conocí y que odié profundamente, no entraré en razones porque no aportan nada en este momento, pero si debo decir que he visitado esta capital Catalana muchas veces, cada una de ellas he venido exclusivamente porque hay algún asunto que tengo que atender, y que de inmediato me retiro a Castilla o a cualquier otro lugar, pero los últimos dos años he decidido aminorar mi velocidad, dando oportunidad a que mis 5 sentidos disfruten el tiempo que paso por aquí, y así, ahí, en el ocaso de Barcelona, sobre la pedrera, con un cielo azul que daba paso al atardecer y con una luna que ya intrépida asomaba anunciando la noche, con mis lágrimas aún acariciando mi cara, y el frío viento que me mantenía despierto, me dí cuenta de que por fin, Barcelona me estaba ganando por muchas razones que no había tenido tiempo de reparar. Es como todo lo mejor que hay en la vida, lo que viene despacio, es como amor a fuego lento. Y me sentí muy contento de poder darme cuenta de eso, de poder tener la fortuna de cambiar de opinión a partir de la saturación de visitas a esa ciudad que cada vez me fue mostrando algo nuevo, su gente, su arquitectura, sus razones para ser y defender su cultura.. Y me sentí después de todo esto, lleno de fuerza, de vitalidad, de emoción.

Decidí entonces continuar el recorrido, bajar por las escaleras aún emocionado, disfrutar la arquitectura del departamento que permite ser visitado y salir a la calle.. entonces sentí el terrible cansancio que ya tenía, mis pies no podían más luego de tres días de caminata incesante, así que decidí tomar el metro (cosa que procuro no hacer), y aquellos que me conocen, entenderán lo que me pasó a continuación, cuando llegué decidido a la máquina expendedora de boletos, pedí un viaje y me faltaban 5 centavos de euro para completar la tarifa. Busqué en todos los rincones, pero no había.. aún con los ojos rojos, salí nuevamente a la calle… y regresé caminando a mi hotel.. en el camino volví a llorar, esta vez por tonto, por nunca traer suficiente efectivo.

Gracias por llegar hasta aquí J

Este texto se inició el 11 de Noviembre en un vuelo MAD-MEX, y se terminó el 9 de diciembre del 2010 en un vuelo MEX-ORD, siempre con un whiskey a la mano.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cairo Time, o el corazón de pollo...


Hace mucho tiempo, al final de uno de los cursos que impartía en la universidad, una alumna se me acercó para despedirse y entregarme un pequeño regalo, el regalo es irrelevante, pero me dijo algo que se me quedó grabado. Es necesario, que para el lector, aclare yo que mi imagen como profesor era de un tipo duro y dispuesto a lo que sea, antes que permitir que una persona que no lo merecía, aprobara mi materia, por decir lo menos.

Mi alumna me agradeció las pocas o muchas, buenas o malas enseñanzas y antes de marcharse, me dijo con voz baja y de manera discreta lo mucho que me apreciaba y…: “…yo sé que a pesar de todo, tienes corazón de pollo”. Me quedé pasmado, sonreí y con la mirada, que no pude evitar, creo que confesé esa verdad que pocas personas en mi vida, pueden ver.

Uno de los momentos más productivos que tengo es cuando estoy en un avión ( y muy mal haría si no fuera así), pero también elijo una película para distraerme y lo que yo llamo "dejar reposar el conocimiento". En mi último vuelo hice una buena elección: "Cairo time". Una película sobre una mujer (Patricia Clarkson), esposa de un hombre que trabaja para la ONU, que va a visitar a su esposo al Cairo (lugar en que se encuentra basado), pero al llegar se encuentra con que el esposo está trabajando en la resolución de un conflicto en algún lugar del medio oriente. Así que ella se queda en Cairo, sola, sin más compañía que la intermitente presencia de un egipcio (Alexander Siddig) que trabaja para el marido. Toda la película transcurre entre el desconcierto de la mujer, que trata de hacer algo en un país con una cultura totalmente diferente a la suya, y en el proceso, se da cuenta de que no es feliz con su esposo, además de enamorarse del egipcio, que por cierto, corresponde a sus sentimientos. En verdad la película no tiene nada de especial, más allá de que es un drama muy sutil y real, en la que mientras transcurren los minutos, la tensión sexual va en aumento y las miradas se van llenando de pasión y de deseo, y de impotencia, porque ella además encuentra un grave conflicto entre saberse casada y aceptar que se está enamorando de otra persona. En toda la película, el único acercamiento físico que hay entre los dos personajes es un beso que por equivocación se dan en los labios, casual, rápido e ignorado de inmediato.

Y ¿a qué viene todo esto?, pues a veces hay muchas más carga emocional en la contención de las necesidades y deseos, es mucho más fuerte cuando quieres hacer algo pero al mismo tiempo te detienes porque crees o sabes que es lo mejor. Esa tensión, esa infelicidad y esa sensación de sentir nuevamente emoción, me tenían fascinado durante la película. De repente mi corazón de pollo se quita su disfraz y me manda señales a los ojos y me emociono como si fuera la protagonista, y sufro como si fuera el protagonista que además sabe su papel y no se atreve a decir nada por no destruir un matrimonio. Me gustó la película porque plasma un lugar interesante, una cultura diferente, una pasión insatisfecha y un amor que probablemente nunca será.

Has vivido algo así?.. ¿una despedida que sabes que será definitiva y que no quieres hacerla pero que no hay más remedio?, ¿una despedida en la que decides dejar eso que te emociona por continuar con lo que tu cabeza dicta prudente?. Pues, no sé que pasó, pero al final de la película he quedado tan emocionado como si yo hubiera estado en Egipto. J